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Mi primer relato

Según algunos, en las antiguas tradiciones de Australia, el hombre está hecho para cantar, esa es su funcion, y por eso tienen las letras...

Infancia

Mi infancia es un olor a leche y galletas que se queda impregnado en el calor del pecho de mi abuela. Mi cabeza reposa sobre ella, sobre todas sus blusas de flores. Mis ojos cerrados, después haber estado intentando ver el sol de forma directa por un instante, antes de intentar ver las fábulas en las formas de la luna. 
Mi infancia es un continuo ponerme a prueba, daba lo mismo que se tratase de intentar atravesar una pared que andar a las carreras. Luchas con palos jugando a los mosqueteros, no sé si era yo la que sobre el cesped acababa tirada (haciendome la) muerta o si eran mis mayores a los que traía de cabeza.
Mis primeros años fuerón jugar a descubrir el mundo, disfrutar las lagartijas, las mariquitas, las ranas, los hamnsters... temer a las arañas y soplar cienmil veces mis cienmil deseos idénticos a los voladores que me encontraba.
Descubrir el tacto de una pluma, indagar el equilibrio de una regla sobre una goma de borrar, las caras sobre las bolas del arbol de navidad, aprender a silbar, la primera pompa de chicle y muchas cosas más.
Todo lo que te contaron era mentira, si que existe alguien imprescindible: Tú (Para vivir tu propia vida)

Mudanza

Cómo ya somos cuatrocientos en el grupo han decidido hacernos una mudanza, no es que no estuvieramos cómodos, es que dicen que vienen muchos más. Cosas del destino, espero que la dueña cambie de habitos y decida hacer grupo mixto, más que nada porque desde aquí veo los colores del otro grupo y me sobra chispa. Especialmente me gustan las líneas que puedo divisar desde la reja marrón del sitio que habitamos. 
Enfrente tenemos la alegría y la diferencia, que estamos los cuatrocientos algo cortados por el mismo patrón y resulta muy aburrido.
Me encantaría compartir un lugar oscurito sin pasar demasiado frio ni calor, entre la juerga de los que no tienen marca. Que está bien que los Bic seamos los mecheros preferidos, pero me aburre el clasismo del estanquero.
Si por lo menos la dueña comprase los cartones de tres en tres, en vez de de seis en seis, seguro que saldríamos ganando.

Estetica

Estética
El restaurante en el que nos encontramos tiene cierta categoría, es algo que se nota al entrar; las mesas están separadas, algo más que lo suficiente para sentirse a gusto, para no notar los movimientos de los comensales de la mesa de al lado, dentro del propio territorio, para no sentir el aire que respiran; son de madera, de madera obscura, y están recubiertas por unos cubres blancos y largos, de una tela gruesa y lisa, los manteles que están sobre ellos son de amarillo claro; las servilletas blancas, sobre unos platos sencillos, tienen la forma de la cola de algún pájaro. La definición del sitio podría ser: sobrio, austero, robusto pero con encanto. Deben de ser las cortinas sobre las vigas de las ventanas o el color y la textura, lisa y cálida, bastante clara de la pintura de las paredes, las que le dan el encanto; 2,5 metros de altura (Digo las paredes y no el techo, porque eso siempre me ha dado mucha rábia.). Las sillas se encuentran separadas y paralelas a 8cm de las mesas, invitando a sentarse, los cubiertos a 2 cm del borde, las copas impecables.
A la entrada se encuentra la barra; es negra, cómo las vigas; detrás de ella, además de un camarero pulcro y con un aire ciertamente muy ario, aunque de pelo ocastaño, se encuentran 7 repisas con todas las bebidas espirituosas que se puedan apetecer, desde las típicas y baratas a las exquisiteces más rebuscadas que se encuentran destacadas en el centro del punto de mira del recién llegado. Bien estudiado.
Parte de la bodega se encuentra a la vista, siendo de esta forma, además de funcional, parte de la decoración: Tres armarios de diseño, color marrón ébano, que mantienen los blancos, los tintos y los rosados a la temperatura apropiada, incluso según los años.
La estancia principal tiene la forma de una ele, o del salto de un caballo de ajedrez, con la barra descrita perpendicular a la linea de la puerta, que está en una de las puntas de las lineas del angulo. 
Si uno avanzase tendría que girar a la izquierda.
Existen dos salitas pequeñas que hacen las veces de salones reservados, una subiendo unas escaleras, hacia un segundo piso, casi en el recodo de la ele; la otra, una vez pasado el mismo, conformaría, de no ser por la separación, un rectángulo con la primera estancia, son para los clientes importantes y las parejas afortunadas.
La música ausente ha reportado el beneficio de la serenidad al restaurante, también mucho aburrimiento al personal contratado, y ha evitado sectorizarlo al goluzmero bolsillo del dueño. 
Cuatro son las camareras monas y bien dispuestas, con la misma sonrisa perenne del buen criado antiguo y los modales precisos; van vestidas de camisa amarilla, más claras aún que los manteles, y un gran delantal negro que apenas deja ver los pantalones del mismo color y que casi se pueden mover con el remolino de aire que acaba de entrar por la puerta recién abierta.
-¡Hola chato!
El que acaba de hablar es un hombre de fuerte complexión y más de cuarenta años, bien entrados pero encanecidos. Prosigue:
-¿Está libre nuestro sitio? ¡Claro que sí, seguro que somos los primeros?
Sus modales son chavacanos, se siente la arrogancia en el grave, excesivamente confiadoy demostrativo de su voz, pero el camarero, detrás de la barra, sonrie con humildad ante su rolex, su traje y los veinte chavos que dejó la ultima vez que vino, allá por el mes pasado.
-Claro señor, siganme.
Le sigue el hombre, la chica pelirroja que pasó justo detrás de él, ojos verdes, carita angelical, piernas bien moldeadas, disparadas de su minifalda verde, un buen par de rotundidades...
Si fuera rubia, lo sería espectacula,mente, al no serlo posee el añadido del exotismo. Debe de rondar los 25. También le sigue un hombre tán joven cómo para ser un chico, la mirada algo perdida, se intuyen al menos dos copas, algo renuente en la actitud de sus movimientos, con ropa de marca pero de corte sencillo y vieja: vaqueros, polo de cocodrilo, jersey anudado al cuello, el peinado muy corto y moderno, algo largo en el centro, fijado hacia arriba a mechones rebeldes.
El mayor se adelanta al camarero, le llama chavalote y le da un par de palmadas en el hombro que resuenan contra su cavidad torácica a la entrada del reservado central.
-¡Traénos lo que quieras, pero que esté bueno!¡Eh! Psi... ¡Y la carne para una manada de lobos! Tu ya me entiendes.
El camarero se aleja, el trió se sienta, la mano del hombre se osa sobre el muslo de la chica, bajo la mirada del chaval.

Cielo

llegó al cielo y creyó que era suyo. Aquel sería el máximo castigo, jamás olvidaría lo que se había perdido