Entrada destacada

Mi primer relato

Según algunos, en las antiguas tradiciones de Australia, el hombre está hecho para cantar, esa es su funcion, y por eso tienen las letras...

Infancia

Mi infancia es un olor a leche y galletas que se queda impregnado en el calor del pecho de mi abuela. Mi cabeza reposa sobre ella, sobre todas sus blusas de flores. Mis ojos cerrados, después haber estado intentando ver el sol de forma directa por un instante, antes de intentar ver las fábulas en las formas de la luna. 
Mi infancia es un continuo ponerme a prueba, daba lo mismo que se tratase de intentar atravesar una pared que andar a las carreras. Luchas con palos jugando a los mosqueteros, no sé si era yo la que sobre el cesped acababa tirada (haciendome la) muerta o si eran mis mayores a los que traía de cabeza.
Mis primeros años fuerón jugar a descubrir el mundo, disfrutar las lagartijas, las mariquitas, las ranas, los hamnsters... temer a las arañas y soplar cienmil veces mis cienmil deseos idénticos a los voladores que me encontraba.
Descubrir el tacto de una pluma, indagar el equilibrio de una regla sobre una goma de borrar, las caras sobre las bolas del arbol de navidad, aprender a silbar, la primera pompa de chicle y muchas cosas más.
Todo lo que te contaron era mentira, si que existe alguien imprescindible: Tú (Para vivir tu propia vida)

Mudanza

Cómo ya somos cuatrocientos en el grupo han decidido hacernos una mudanza, no es que no estuvieramos cómodos, es que dicen que vienen muchos más. Cosas del destino, espero que la dueña cambie de habitos y decida hacer grupo mixto, más que nada porque desde aquí veo los colores del otro grupo y me sobra chispa. Especialmente me gustan las líneas que puedo divisar desde la reja marrón del sitio que habitamos. 
Enfrente tenemos la alegría y la diferencia, que estamos los cuatrocientos algo cortados por el mismo patrón y resulta muy aburrido.
Me encantaría compartir un lugar oscurito sin pasar demasiado frio ni calor, entre la juerga de los que no tienen marca. Que está bien que los Bic seamos los mecheros preferidos, pero me aburre el clasismo del estanquero.
Si por lo menos la dueña comprase los cartones de tres en tres, en vez de de seis en seis, seguro que saldríamos ganando.

Estetica

Estética
El restaurante en el que nos encontramos tiene cierta categoría, es algo que se nota al entrar; las mesas están separadas, algo más que lo suficiente para sentirse a gusto, para no notar los movimientos de los comensales de la mesa de al lado, dentro del propio territorio, para no sentir el aire que respiran; son de madera, de madera obscura, y están recubiertas por unos cubres blancos y largos, de una tela gruesa y lisa, los manteles que están sobre ellos son de amarillo claro; las servilletas blancas, sobre unos platos sencillos, tienen la forma de la cola de algún pájaro. La definición del sitio podría ser: sobrio, austero, robusto pero con encanto. Deben de ser las cortinas sobre las vigas de las ventanas o el color y la textura, lisa y cálida, bastante clara de la pintura de las paredes, las que le dan el encanto; 2,5 metros de altura (Digo las paredes y no el techo, porque eso siempre me ha dado mucha rábia.). Las sillas se encuentran separadas y paralelas a 8cm de las mesas, invitando a sentarse, los cubiertos a 2 cm del borde, las copas impecables.
A la entrada se encuentra la barra; es negra, cómo las vigas; detrás de ella, además de un camarero pulcro y con un aire ciertamente muy ario, aunque de pelo ocastaño, se encuentran 7 repisas con todas las bebidas espirituosas que se puedan apetecer, desde las típicas y baratas a las exquisiteces más rebuscadas que se encuentran destacadas en el centro del punto de mira del recién llegado. Bien estudiado.
Parte de la bodega se encuentra a la vista, siendo de esta forma, además de funcional, parte de la decoración: Tres armarios de diseño, color marrón ébano, que mantienen los blancos, los tintos y los rosados a la temperatura apropiada, incluso según los años.
La estancia principal tiene la forma de una ele, o del salto de un caballo de ajedrez, con la barra descrita perpendicular a la linea de la puerta, que está en una de las puntas de las lineas del angulo. 
Si uno avanzase tendría que girar a la izquierda.
Existen dos salitas pequeñas que hacen las veces de salones reservados, una subiendo unas escaleras, hacia un segundo piso, casi en el recodo de la ele; la otra, una vez pasado el mismo, conformaría, de no ser por la separación, un rectángulo con la primera estancia, son para los clientes importantes y las parejas afortunadas.
La música ausente ha reportado el beneficio de la serenidad al restaurante, también mucho aburrimiento al personal contratado, y ha evitado sectorizarlo al goluzmero bolsillo del dueño. 
Cuatro son las camareras monas y bien dispuestas, con la misma sonrisa perenne del buen criado antiguo y los modales precisos; van vestidas de camisa amarilla, más claras aún que los manteles, y un gran delantal negro que apenas deja ver los pantalones del mismo color y que casi se pueden mover con el remolino de aire que acaba de entrar por la puerta recién abierta.
-¡Hola chato!
El que acaba de hablar es un hombre de fuerte complexión y más de cuarenta años, bien entrados pero encanecidos. Prosigue:
-¿Está libre nuestro sitio? ¡Claro que sí, seguro que somos los primeros?
Sus modales son chavacanos, se siente la arrogancia en el grave, excesivamente confiadoy demostrativo de su voz, pero el camarero, detrás de la barra, sonrie con humildad ante su rolex, su traje y los veinte chavos que dejó la ultima vez que vino, allá por el mes pasado.
-Claro señor, siganme.
Le sigue el hombre, la chica pelirroja que pasó justo detrás de él, ojos verdes, carita angelical, piernas bien moldeadas, disparadas de su minifalda verde, un buen par de rotundidades...
Si fuera rubia, lo sería espectacula,mente, al no serlo posee el añadido del exotismo. Debe de rondar los 25. También le sigue un hombre tán joven cómo para ser un chico, la mirada algo perdida, se intuyen al menos dos copas, algo renuente en la actitud de sus movimientos, con ropa de marca pero de corte sencillo y vieja: vaqueros, polo de cocodrilo, jersey anudado al cuello, el peinado muy corto y moderno, algo largo en el centro, fijado hacia arriba a mechones rebeldes.
El mayor se adelanta al camarero, le llama chavalote y le da un par de palmadas en el hombro que resuenan contra su cavidad torácica a la entrada del reservado central.
-¡Traénos lo que quieras, pero que esté bueno!¡Eh! Psi... ¡Y la carne para una manada de lobos! Tu ya me entiendes.
El camarero se aleja, el trió se sienta, la mano del hombre se osa sobre el muslo de la chica, bajo la mirada del chaval.

Cielo

llegó al cielo y creyó que era suyo. Aquel sería el máximo castigo, jamás olvidaría lo que se había perdido

Halloween en cien palabras

La fiesta anual corrió por todo el barrio, perdiendo sus sortijas por los bares hasta quedarse borracha a unas cinco de la mañana en el pub "Perdición". Ellos comprendieron querer continuar en un motel.

Malevola se bajo de sus tacones, Franquenstein se arrancó los tornillos. Ella arrancó un trozo de su falda para quitarle el maquillaje, él extendió sus brazos hacia la cara de ella para quitarle la máscara.

Y entonces se vieron: El hombre con el que salia hace cuatro meses, que la emborrachó para hacer cosas sin protección, la mujer que dijo haberse quedado embarazada para cazarlo.

 ¡Huyeron despavoridos!

La familia perfecta


En el comedor, tras las cortinillas naranjas, esas traslucidas que se movían con el aire, estaban Marco y Aurelia; llevaban poco tiempo viviendo juntos, así que hablaban casi de todo, intentaban sentar las bases de "Algo sólido".


Cristina, cómo buena cotilla que era, aprovechaba los escasos 3 metros del patio interior que separaban su reciente "Cuarto de estar" y el comedor de la pareja. Ella siempre había tenido sus inclinaciones, pero realmente cualquiera pondría oidos a aquel par de heavis del amor.


Aquella misma mañana, por ejemplo, Marco, se había atrevido a preguntarle a su novia por sus relaciones anteriores y ella, ni corta ni perezosa, le había estado contestando sincera y abiertamente.
La conversación había seguido con las relaciones de él y, ahora, entre el olor de la coliflor y la labor de punto primorosa de la vecina indiscreta, seguía como sigue:


-Yo no creo que seas machista, lo que pasa es que habeis tenido los oidos convenientemente abiertos a lo de que la mujer tiene que trabajar, por eso ahora nos va cómo nos va.
-¿Y eso que tiene que ver con lo que te he contado?
-¿No me estabas contando porqué lo dejaste con Luisa?
-Si, porque era estrecha de miras y no quería hacerlo encima.
-Pués eso.
-No te entiendo.
-Mira, en realidad es muy sencillo: Si la mujer no hubiese tenido acceso al trabajo no habrían bajado los sueldos, si no hubiesen bajado los sueldos no haría falta que trabajasen dos personas fuera de casa; entonces las familias no hubiesen ganado la misma cantidad de dinero, las casas no habrían podido subir tanto de precio en el mercado y ahora no sería indispensable que las dos personas trabajasen para poder tener hijos.
-Estoy de acuerdo, por eso no quiero tener hijos.
-Claro y por eso digo que yo no creo que seas machista, si fueses machista querrías que las cosas volviesen atrás, o peor aún que tu novia o tu mujer trabajase fuera y dentro de la casa más que tú.
-Tu sabes que me parece bastante serio, sin tener hijos, tener que trabajar doce horas y volver a casa a fregar los platos.
-Claro pero Luisa escuchó hablar de los neomaltusianos en la cafetería, de hecho te lo comentó.
-Si...
-Y ella se pensó que tú ya te habrías informado y que querías tener niños. Venía cansada del trabajo y se mosqueó porque se vió sobrecargada.
-Los musulmanes tienen la culpa de que cortase con Luisa.
-Bueno de todo se puede aprender, yo contra los neomaltusianos abogaría por la familia triparental.
-¿Eso es nuevo?
-Si, de mi cosecha, resulta evidente que con las lavadoras, frigoríficos, comidas precocinadas, microondas y demás, ya no existe el acuciante trabajo del ama de casa y una persona puede hacerse cargo de más tareas o personas en ese aspecto.


Cristina se comía un bollo de chocolate y rezaba porque soplase el viento para ver la cara de Marco, el silencio parecía decirle que estaba sonriendo.


-Siempre que me toque con dos hombres, claro, y que yo sea una de las personas que trabaja fuera. No es que no juegue con la idea de tener niños, es que no tengo buenos recuerdos de cuando le tenía que limpiar los mocos a mi hermana.


Seguro que Aurelia había conseguido borrar la sonrisa de su novio, en boca callada no entran moscas.

Productividad

Nunca pudimos conocernos porque estabamos aprendiendo cosas útiles, pero los sonidos y las imágnes que nos bombardeaban a todas horas nos inducieron ilusiones y sueños, nos sustituyeron las relaciones de nuestras vidas, sucedaneos productivos.
No nos dimos cuenta y pasaron los años, creíamos saber quienes eramos y el significado de los actos, pero no tuvimos tiempo de abordarlos y desarrollarlos porque estabamos trabajando.
Un día en el metro ibamos llorando la necesidad de nuestros instintos acorralados, la música era suave, y deseabamos el contenido imaginado tras las escenas tantas veces repetidas que solían acompañar esas notas.
Nos encontramos, nos miramos y abrazamos el espejo de nuestra desolación creyendo que así llegaríamos a brazar nuestros deseos de amor y de ternura.
Decidimos casarnos y tener niños, y lo hicimos.
Lo hicimos dia tras dia, entre papeles, sudor, esfuerzo, lagrimas, penurias, deudas, cacerolas y tapers de espaguetis.
Sin vernos, sin poder hablarnos, sin compartir apenas tiempo, fustigando a nuestra prole para que asegurar su subsistencia en la productividad. Y por las noches, cuando nos acostabamos, nos acostabamos con los recuerdos de las historias que visionamos, con las melodías que escuchabamos en otras voces, con la música perenne de los cuentos de hadas, rezando porque los niños nunca despertaran.
Pero los niños despertaron, y despertó su llanto; y con el llanto de los niños despertó su hora de trabajo; y todas nuestras lágrimas y las suyas vinieron a parar a nuestras gargantas y nunca pudimos hablarles porque nos ahogabamos, y nunca pudimos hablarnos porque nos setíamos culpables.
Nuestras cabezas dejarón atrás los sueños y la realidad de los recuerdos nos atormentaba en cada sonido, en cada verbo, en cada acto. Y entonces te moriste de viejo y me quedé sentada junto a la tumba de un desconocido, un desconocido al que un día besé como si fuese mi verdadero marido.

Odio

Tu Dios exige que mates, el mio que te encierre.
Tus ancestros opinaron que es mejor matar que vivir con odio, los mios me enseñaron a evitarlo, a ser fria y acorralarlo hasta hacerlo minúsculo como un grano de arroz.
Los granos de arroz son poderosos, necesitan agua, mucha agua y llenan el estomago con el vacio de una enorme burbuja que pronto desaparece pero que parece saciar.
Mi cuerpo decía basta cuando veía correr la sangre de los niños, de los niños que nunca tuve, de los niños abortados, muertos, soportando el peso del rifle.
Las balas son rápidas, son más rápidas que las palabras.
No existen manos suficientes para parar tanto odio.
Poco a poco nos fuisteis matando, mi Dios nos falló a ambos porque el tuyo recibía más y más sacrificios y se apoderaba del mundo.
Nadie fué consolado, pero las burbujas de arroz parecían ser tan importantes...
Hoy te veo, con la camiseta jironeada en negro y rojo, buscando el grano que te falta, corriendo entre los escombros, azuzando la ira del corazón de la miseria sobre la que cabalgas, evitando las minas que colocaron tus propias gentes en la ciudad derruida que un día llamé esperanza.
Estoy sola, soy la última de mi raza, jamás podré digerir este arroz, pero siento satisfacción.
La tierra está yerma, la tierra que no volverá a ser de nadie, que no volverá a producir esta semilla.
Hoy te veo con tus quince estúpidos años, avanzando, siguiendome la pista hasta este callejón derruido; te aguardo, mientras olisqueas el aire en mi busca.
Soy la última y lo sabes, avanzas, pensando en los que no dejamos vivir en la libertad que queríais, muriendo estériles, de puro viejos o sembrando nuestros campos.
Me odias y rastreas mi olor y mis huellas, creyendo que al final encontrarás tu paraiso. Disparo el arma y acierto en el blanco, entre los dos ojos, por fin la muerte.
Hoy ha muerto un Dios bueno, nadie hay que siga sus consignas, ha muerto un Dios malo, , no queda nadie a quien sacrificar, también tu fuiste el último de algo.
Hoy ha nacido un Dios estúpido que nunca sabrá que hacer con todo el arroz que queda, se llama Soledad. Tengo doce años, me queda toda la vida para honrarle.

EL GENIO DE LA WEBCAM



Desde pequeña tengo un don: parte de mis sueños se hacen realidad, sobre todo cuando se repiten.
Así supe que los reyes magos tenían más de magos que de reyes, o que a mi amiga Violeta le iban a regalar una tablet y no le iba a gustar el modelo. Pero esta no es la historia de esta noche; la historia de esta noche es la historia de un genio maravilloso, de un genio que habitaba en la lente de una webcam de un locutorio de Valencia.

Yo había soñado varias veces con su aparición, así que iba por el mundo limpiando y enfocando e intentaba tener videoconferencias con mis contactos de otras ciudades fuera de mi casa.


Al principio pensaba que era algo cutre eso de que me vieran salir con las mesitas todas apiñadas detrás, pero a mis conocidos les dió por entender que debía viajar mucho y algunos pensaron que estaba trabajando como comercial o representante. Sorprendentemente comenzarón a mandarme enlaces a sus páginas de negocios y a sus videos musicales caseros de youtube. Cierto es que quedé en deuda con ellos: Me lo pasaba genial con sus diferentes artes pero poco podía hacer una peluquera para hacerles triunfar.


Pero volvamos a nuestra historia que es la que quiero contar, ya les hablaré otro día de cómo conseguí resarcirles ( Al menos a la mayoría). La primera vez que soñé con el genio, no lo tuve ni tán siquiera en cuenta, pués apenas unos cuantos de los trozos de mis experiencias oníricas llegan a materializarse; la segunda jugúe con la idea de pedirle que me tocase la lotería y así lo dejé; pero al soñar por cuarta vez con él... Me lo planteé seriamente.


Si me tocase la loteria. ¿Que haría con ello?


Seguramente lo repartiría entre mis conocidos, me indiqué a mi misma, pero se gastaría pronto, pensarían que seguiría siendo millonetis y que lo guardaba todo para mí, cómo la gente es tan mal pensada me llamarían tacaña y perdería a mucha gente que me importa (aunque no estoy segura de si yo les importo a ellos). No, eso no podía pasar, pediría una lotería y me quedaría con ella, tendría que simular, seguir con mi vida normal, pero no podría pagar la hipoteca de mi prima Susi (Tiene la lengua más larga que he conocido jamás) ¿Y si rompiese con todos? Sería una nueva rica, fuera de lugar... ¡Fuera la lotería! No funcionaría jamás. Tal cuál desterré la idea del genio.


Sin embargo continuaba soñando con él. Al principio, después de mis disquisiciones millonarias, me mostré reticente a considerarlo, luego quise maquinar deseos algo más útiles; hice listas con pros y contras para priorizar, pero a todo le encontraba pegas:


-Felicidad para la humanidad: Nos volvería tontos y se lavaría las manos. ¡Ya sois felices!
- Mayor respeto por la naturaleza: Dotaría de habla a los animales para que pudiesemos entenderlos mejor, pero los perros nos entenderían a nosotros, tomarían el mando y nos sacarían de paseo al parque para que les tirasemos palos a la orden de "guau" para que ellos se ejercitasen.
-Que nadie pasase hambre en el mundo: Si eso era lo mejor, pero ¿Y si le daba por conseguirlo? millones de vacas esclavizadas...


-Ya está: Que se consiguiese producir comida artificial, pero entonces no nos haría falta la naturaleza y tál cómo somos la destrozaríamos aún más.


Así fueron pasando los meses y los años: Frotando lentes en lugares insospechados (Hasta mi madre dió un alarido de alegría y sorpresa cuando le limpié la suya en su casa), el genio sin aparecer, y yo rompiendome la cocorota sin conseguir apenas nada que me convenciese pedir en tán solemne futura aparición.


Un día, creo que era de un Septiembre, trás un viaje a Valencia (Había ido allí a ver a mi tio Lucas, que bautizaba a su nueva ahijada, y tras alojarme en su casa, por motivos económicos, estabamos en crisis, llevaba cinco meses en paro pero no encontraba fuerzas para levantarme después de los gritos de mi último jefe...) necesité hablar con mi pareja (Que se había quedado en Madrid por motivos laborales) y la compañía de telecomunicaciones, cómo siempre tras una avería, llevaba una semana sin solucionar nada en casa de mi tío y sin dar la cara. 


Me vestí, bajé a la calle y busqué el locutorio más cercano, me senté en una de esas apiñadas mesitas y limpié la cámara; me había olvidado del genio.


Una nube azul y rosa salió por todo el entramado de cables, inmovilizando el tiempo para todos, excepto para mi y para el genio que empezaba a tomar sus contornos.


Cuando terminó de estirarse y desentumecer su cuerpo se puso brazos en jarras a mi lado, todo erguido, mirándome desde su metro noventa hacia abajo, donde me sentaba, y con voz profunda, sonora y gutural me dijo:


-Soy el genio de la web cam, te concedo un deseo y sólo uno, date prisa, no me hagas perder el tiempo.


Eso ya me puso esquiva: parecía un prepotente de aupa. No me quedó más remedio que acordarme de todo lo que había imaginado desear y sus posibles resultados y apunto estuve de pedirle un boligrafo bic para escribir este cuento hasta aquí.
Cosas de la vida suspiré con paciencia y quise hacerle una pregunta antes de mandarle a tomar viento fresco:


- No va a ser este mi deseo, pero me agradaría que me contases el porqué alguien tan importante cómo tú va metiendo a la gente en lios, y forzandola a elegir entre todos sus males cuál es el que prefieren eliminar en vez de ir ejerciendo tus poderes para hacer el bien común.


Mi sorpresa fué mayúscula cuando le ví abrir muchos los ojos, girándolos para encontrar una respuesta, encogiendose y arrugandose, con los brazos caidos, en un estado deplorable...


Me contó que lo había intentado una y otra vez, que siempre salierón trágedias, y que hace seismil años, llegó a tener una crisis de ansiedad, un niño viendole llorar le preguntó que si no le haría feliz devolverle la vida a su perro chucho, que era muy bueno y a el lo ayudaba mucho. El lo consiguió y se sintió reconfortado por la mirada del niño, aunque chucho pasó de él; desde entonces, con mayor o menor acierto iba por ahí repitiendo el experimento, porque no sabía que otra cosa podía hacer.
En el momento en que terminaba su narrativa respuesta empezó a sollozar,me daba tanta pena verle en ese estado....


Le puse una mano en el hombro y ví que me miraba entre acongojado y vergonzoso. Tuve un instante de inspiración, supe cómo por arte de magia cuál era el deseo correcto.


Cogí fuerzas, le miré cara a cara y, lo más dulcemente que pude, le formulé mi deseo:


-Deseo que me dejes darte un abrazo.
En la terraza una niña se sienta frente a los geranios de la primavera, quiere sorprenderlos en el juego del escondite inglés, pero núnca gana ella.
En vez de rendirse se impacienta y salta, intenta correr más que las furgonetas y ahí la tienen de baranda a baranda.
Al medio día encontró un piedra, redonda toda ella, la pinta de rojo, le pone pintas negras, para que tenga mascota el duende de la enredadera.
Sueña que atraviesa paredes y se niega a hecharse la siesta, el mundo está lleno de mágia y no entiende tanta pereza.
Con los pañuelos de la abuela hace paracaidas para los boligrafos de su hermana, le gustan las letras aunque no sabe explicarlas. Le cuentan leyendas de las que saca moralejas varias. Comprende con el alma el corazón de las palabras.
Su mente busca mil usos al tenedor de las cenas, tridente de gnomos, corona de grandes reinas, si le dan otro, teme grandes pérdidas.
A la noche habla con la almohada, le cuenta sus batallas, algo que es tán suave tiene el don de escucharla.

Superluna

 Me da miedo esa luna que tan de cerca nos mira, puede que un dia se de cuenta de quienes somos y no le guste demasiado, tal vez entonces dejen de llegarnos sus luces y sombras: su dulce melodía.
No avisó a nadie, se fue un domingo aún de madrugada, a las tres de la noche. Dejó la habitación revuelta, con la ropa más gastada tirada por los suelos. Atravesó el comedor desierto, con aquella mesa redonda y sus seis sillas sencillas, con una televisión impoluta de polvo, con apenas tres baldas de libros que nadie había leído. Se escuchaban las respiraciones del sueño de la familia: Los padres y los dos hermanos mayores. 
Abrió la puerta silenciosamente, con cuidado de no despertar a nadie. La escalada en los pirineos sería magnífica, había que darse prisa para coger carretera.
Hasta los pantalones bailan, tendidos en sus terrazas, los primeros rayos del sol al viento fresco de esta mañana.

rojos

En lo más profundo de las cuevas de Atilava no entraba la luz del Sol
Las montañas de Aruel, cuyos horst y graben, con sus subidas y bajadas de terreno características, forjasen sus formas sobre las duras cualidades del granito y las pintorescas manchas de las piedras de gneis, de naturaleza similar al anterior; refulgentes siempre en la claridad del mediodía; estaban salpicadas por obscuras y llanas pizarras, por blancas cuarcitas y gloriosos granates, ávidos de ser tallados por la mano del hombre.
En las llanuras que las proclamaban, apenas disuelto entre matorrales bajos y diversos pastos, aparecía, salpicando la estepa, ese árbol enano y retorcido que es el olivo.
Era más arriba, entre los robles melojos y los fresnos, frente a un grupo aislado de hayas, dónde se hallaban las citadas cuevas, dando posada y abrigo a las lumbres cásicas de las gentes de Esquida.
Los rojos de las llamas que consumían los troncos de pino, jugaban a saltar unos sobre otros, asustando a las obscuridades de las pizarras.
Entre aquellos rojos, que atesoraban los misterios de los antiguos ritos, que, en aquellas tierras, les adjudicaban, en la cabeza de los lugareños, el poder de concentrar las fuerzas del nacimiento y de la vida, el ímpetu y la vigorosa salud del orden y de las voluntades, en los grumos de silicatos que habrían de convertirse en los más codiciados amuletos, nació Giur.
Giur, hijo del hombre, vino al mundo con el fin de la talla del mayor de los granates conocidos, aquél que habría de entregarse, junto con el niño, al Emperador Hij.
Los pétalos de setecientas ochenta y tres amapolas y dos nardos, tirados al viento, en la hora del primer anochecer, y retirados al alba siguiente, del mismo día del alumbramiento del hijo del Emperador, así lo requerían.
Para la salvación del pueblo, tras la guerra civil, no bastaba la mono del futuro monarca; tendría que tener un sabio a su lado, un consejero que respirase su mismo aire, cada noche, y bebiese su misma leche, cada mañana, desde el primer día de su vida.
Todas las doncellas en edad fértil de Esquira fueron llamadas a las puertas del palacio Imperial, en la llanura de Yuy, setecientas ochenta y cinco fueron contadas.
Cuando el primer vástago del Emperador Hij llegó al mundo, se verificó la virginidad de las congregadas, dos no pasaron la prueba, y quedaron fuera. Setecientas ochenta y tres fueron recibidas por los hombres de palacio durante el espacio de tres meses. De todas ellas sólo cincuenta y una quedaron encinta.
En las cuevas de Atilava se encontraba el artesano encargado de la futura joya, con el encargo de darle forma, a la milagrosa piedra, a lo largo de las lunas, desde la llegada de las afortunadas.
Ciento dos sirvientes se encargaban de suministrar comida y agua, dos por cada muchacha, teniendo prohibido el contacto con cualquier humano que no fuese su protegida.
Los doscientos sabios del Emperador Hij alimentaban los fuegos, con troncos resinosos y hojas de romero, por turnos de siete. Todos ellos imploraban la sana llegada del retoño, y todos deseaban que su turno les diese cabida, por el designio de las llamas, a escuchar el llanto, del primer neonato, mientras miraban las ascuas de sus maderas, ya que aquél sería el signo de los educadores del nuevo sabio.
Fue a las tres horas del amanecer del día siguiente a las siete lunas y tres noches de la ocupación de las cuevas de Atilava, cuando, la primera moza parturienta, dio a luz a Giur.
Mala fortuna que hubiese sido hombre, siendo el turno de cinco mujeres las que se hallaban mirando sus brasas, el noble artesano dio punto final, a la estrella roja, con el primer llanto de Giur; pero saliendo con ella a la luz de la mañana, el primer rayo de sol que refulgió en el amuleto, iluminó la frente del recién nacido trocando en serenidad su atavío.

Y así Giur, hijo del hombre, fue elegido sabio del Imperio, trasladado de inmediato junto al hijo del Emperador Hij, para respirar cada noche de su mismo aire y beber cada mañana de su misma leche, con siete sabios encargados de su futura educación, de los cuales cinco fueron mujeres, con la mayor estrella de granate terminada, con el brillo incandescente, en la mirada, de las llamas del Astro Sol, sobre las montañas de Aruel y con el calor de las lumbres causicas de las gentes de Esquida en su habla.
La cosa se nos fué de las manos, pero continuamos

La sombra

La amistad de sus ojos era tozuda, y al alzar las cejas se movían marionetas en su boca.
De oler se encargaba una intrépida nariz, columpio desacompasado, péndulo absurdo sobre la abundancia que todo intentaba taparlo.
Aún recuerdo la ausencia de su sombra, que jamás le acompañaba; un día me enseñó postales dónde se observaba, con mucho sol, un par de margaritas y alguna rosa, unas con aderezo, la otra no. Allí se había marchado la obscura de vacaciones.
Como quería ser serio hasta la corbata le sobraba y, bien anudada en su percha, cada noche, en el ropero, la abandonaba

Lluvia en el verano de la ciudad

luvia de incertidumbre estacional, de amanecer obscuro, la primavera está sujeta con un clip aún a este verano tuyo. 
El cielo no puede adjetivarse azúl, parece grisaceo, papiro obscuro.
El agua transparente escribe sobre los barcos que forman la hojarasca actual, colillas sin preludios en esta ciudad, que te hecho de menos, aunque sea viendote llorar.

desapareciendo

algunas veces me imagino los sueños como la reconciliación con Dios, una suerte de dialogo en el que reconozco su existencia. Un buhó se posa en la almohada cuando cierro mis ojos, quiere llevar mi espíritu volando por los cielos, hasta que se desintegre fundiendose con lo uno, bello y abstracto.
"todavia me pregunto que mas habra que preguntarse la proxima vez
Te amo y aún no lo sabes, pero date prisa que me siento tan sola porque ni siquiera apreces en mis sueños

movimiento


Frente a la estación del tren las hojas de los árboles se acariciaban unas a otras, aprovechando las palmadas del viento, y la que estaba más cansada, después de una larga vida de contemplación, aprovechó su último aliento para descender planeando sobre la mejilla de Eulalia.
Un escalofrío le recorrió el cuerpo mientras la suavidad de la extraña surfista se deslizaba desde el rosado presagio de la cara de la mujer, por el cuello y hacia el pecho. La complicidad del aire la dejó allí prendida.
La mano de Eulalia cogió la hoja y todo lo que el roce había ido despertando en su alma de pronto se iluminó con una mirada

La lluvia pasada

LLovía a baldes, nosotros eramos, nos sentiamos lo seres más afortunados del universo, yo la envolvía con mi gabardina mientras ella con la mayor de las inocencias y completamente confiada posaba la mano sobre mi pecho latiente.
Mi casa estaba aún muy lejos y el deseo de hacerla mía era algo que me desbordaba; a duras penas, mientras caminabamos por aquella acera sucia y mojada y con los adoquines destartalados, ella conseguía infundirme la serenidad y la confianza necesarios para el momento que habría de llegar; pronto, lo más pronto posible, gritaban mis nervios, y ella, cogiendome con sus dulces manos a ambos lados del cuello, chocaba su cabeza contra la mía fundiendome con su mirada. Una eternidad esperaría por ella, por aquella promesa de sus ojos que me esclavizaba y dominaba por completo.
En aquella situación la excitación era tál que apenas era consciente del frio y de la tela empapada de aquel aguacero.
La intensidad de la luz blanca, que las nubes dispensaban y dispersaban a su antojo, ayudaba a hacer crecer el ambiente místico de aquella tarde, casí fantasmagoríco, en la agonía del deseo contenido, que con tanta precisión se grabaría fotograma a fotograma en mi memoria.
No sé Manolo, ahora ella está siempre distante, hace mucho de aquella primera vez, de aquel apoyo que me prestaba. La Diosa que ví en ella, la que satisfaccía cada uno de mis sueños, esa mujer... Siento que ya no le pertenezco, que me ha tirado cómo un clinex, que accedió a casarse conmigo pero núnca estuve a la altura de sus expectativas.
A veces me planteo dejarla, dejarla volar libre en ese magnifico vuelo que , sueño, sólo ella podría dibujar en el cielo. La veo irse con la serenidad de su perfección, convirtiendo mis sentimientos en una mezcolanza de orgullo y humildad, por haber sido tocado por ella; pero entonces, recuerdo ese primer día, esos enormes ojos que me decían: "Toda tuya", recuerdo la promesa de seguir con ella ante la adversidad, y no puedo, simplemente no puedo abandonarla.
Ella ha sellado mi destino, siempre juntos, cómo un simple clinex abandonado a la suerte de su presencia indiferente, abandonado a la suerte del mendigo de sus caricias, de sus besos, cómo un pordiosero en busca de las migajas que quedan de todo lo que un día me dió.
Ojalá volviese a llover a baldes esta tarde. Ahora tán sólo dejame hundirme en la presencia de los recuerdos, presentame la copa que me haga olvidar la desdicha de la realidad y dejame fundirme con la blanca luz que dispensan y dispersan las eternas nubes de aquélla fantasmagórica, triste, dulce, eterna tarde del olvido de su abrazo.

La canica

En el parque del Oeste, un grupo de niños jugaba a la pelota. A un par de metros de los árboles que hacían las veces de portería, había un niño sentado en el césped...

Nacho miraba absorto la canica que le había regalado su abuelo. Era una canica de cristal transparente, ni amarillento ni verdoso, completamente transparente. En el centro tenía láminas opacas de colores, como tantas otras canicas, verdes, amarillas, blancas e incluso una azul. Pero lo que más llamaba la atención de Nacho, era la colocación de aquellas vetas en aquella canica. Era una canica especial: se la había regalado su abuelo.

Los gorriones y verdecillos aleteaban entre las ramas verdes, pero él seguía mirando aquella bolita vidriosa. Entre todas las canicas que habían pasado por sus manos, pocas eran de cristal transparente. En algunas se podía imaginar un bello paisaje a través de sus vetas; una playa con cielo azul, o un pasto con cielo blanco. En esta canica, en todas y cada una de las combinaciones de vetas que podía ver, era posible imaginar un lugar que explorar y dónde perderse.

-¡Nacho! Venga. Vamos a casa. - Le gritó un anciano. Y Nacho, obediente, se levantó del césped, se metió la canica en el bolsillo y se acercó a su abuelo.

Hacía buen tiempo y apetecía pasear, por eso habían salido. Por eso y porque el abuelo, decía que, los misterios de sus arrugas, necesitaban la oportunidad de irse a vivir a las montañas; pero que, para poder hacerlo, tenían que verlas primero.

"-Mira lo que hacen estos misterios. Estas venas azules que se ven aquí, allá serán como ríos." Eso era lo que decía el abuelo cuando Nacho se preguntaba a qué se referiría.

Al final, Nacho, entendió que un misterio es un misterio; y que el abuelo, por ser mayor, debía entender mucho más sobre esas cosas. Se contentaba con imaginarse que la cara de su abuelo, al que quería mucho, era tan grande cómo la cordillera del horizonte.

Como los padres de Nacho eran unas personas serias y muy formales, se pasaban el día trabajando y cuando volvían a casa, se traían, como él, los deberes. No iban a pasear con el abuelo y él, porque además tenían que cuidar de todo, para que no faltase de nada.

Hoy era domingo, no tenía que ir al colegio, así que podía estirarse cómo sólo él sabía y disfrutar del tiempo libre. Su madre andaría limpiando a fondo la cocina y su padre estaría intentando ayudarla; aunque siempre acababa liándolo todo, se le daba mejor la plancha.

Ellos nunca tenían tiempo, así que, a él, entre semana, le iba a recoger del colegio una muchacha del edificio, llamada María, que de vez en cuando llegaba puntual. La mayoría de las veces le tocaba esperarla quince o veinte minutos, en la puerta de la clase, pero cómo siempre le traía una piruleta, no se quejaba nunca.

Algunas veces, cuando la chica llegaba realmente tarde, le llevaba a la tienda de Manuel, allí compraban una bolsa de arroz inflado y después iban corriendo a casa. Otras María, le contaba algún cuento, pero eran todos repetidos y casi se los sabía de memoria.

Nacho tenía dos amigos en clase, con el resto siempre andaba peleando, pero no le regañaban casi nunca porque siempre llevaba razón. A ninguno de ellos le enseñó la canica nunca, ni siquiera a María.

Al mediodía, la mesa siempre estaba puesta, cuando terminaba de comer, se encerraba en la habitación y soñaba con viajar, a lugares que tuviesen aquellos paisajes que tanto se parecían a las vetas de las canicas. Le gustaba imaginarse en el desierto amarillo y abrasador, o en el Ártico, cubierto de pieles, como salían en los documentales las personas que iban allí.


El rio

Paseamos: Me alagas y me enganchas,
cogida de tus dedos, punta con punta.

Dudas y risas: De tus ojos un guiño.
Te miro y me escondo, en tus laberintos,
de palabras nuevas, de sus sonidos.

Me gusta tu lengua: de enredadera,
acarcias un filo, en mis oidos.

Tu boca dibuja: arma de cupido.
Me quieres cazar, esta si que es buena,
con sabores viejos, con aquellos ritos.

Me gustan tus bailes: de vieja escuela,
rodeas un bache, en mi equilibrio.

Infieres el aire que yo respiro.
Tiemblo y me asombro, también suspiro.

Me gusta tu par de ojos: caza-gacelas,
humedeces un rio en mis sentidos.

ojo por ojo


Entré por la puerta de atrás de tus silencios, cuando traspasé a la cocina, quedé encantada con olores de jengibre y albahacas. Era tal la fuerza que aquellos aromas infundían en mi imaginación que quise poseer la receta de tus pociones.
Fue un acto de osadía, lo admito, pero quiese desvelar el misterio entero, no pude retenerme, lo lamento: Puse mi oreja contra la puerta intentandoescuchar tus secretos. La música más celestial me transformó en uno de esos entes etéreos, movido solamente por la voluntad de aquella, despojada, yo, de la consciencia, incluso de mi cuerpo.
Cuando apenas salida del tance, observé la luminosidad del jardín, me di cuenta de que estaba en un aprieto. Me dirigí entonces hacia la entrada, entendiendo lo fácil que era saber que había estado en tu casa, incómoda con mi propia presencia, así de descarada. Me resigné a salir por el camino, dónde está el abeto.
Si, toda la culpa fue mía: Olvidé cerrar la entrada delantera, con el despiste, y, al intentar escapar de lo probable, dejé una constancia ineludible. Pero aún así no lo entiendo. Al volver a mi casa, te encontré entre mis setos, y con aquella sonrisa me dijiste: "Ojo por ojo y hasta el día siguiente" No podía esperar que, en mi salón, junto a una botellita de gallego aguardiente, un besuguito aún caliente y una tuba impertinente, iba a encontrame de orquídeas tu ramillete.

Surrealismo: Los gatos no lloran



Pedro estaba en la cocina preparando unos espaguetis con atún.
La estancia rezumaba algo de húmeda miseria. Indiscutiblemente significada en la ancestral pintura del techo, en sus relieves y varios descascarillados rebordes. Estos rebordes, estaban distribuidos a lo largo y a lo ancho, con cierta predisposición estadística hacía el centro de aquel.

Miseria, mal disimulada, con el empapelamiento de las grietas de aquellos azulejos florales y los obscuros intersticios entre ellos;

Olía a conglomerado recién salido de la famosa marca de muebles. El blanco de las chapas de madera, empezaba a sufrir una camaleónica transformación; que, aunque, en teoría, aún retornable a su original característica cromática; prometía llevarse a cabo para ser instaurada cómo perenne signo de la desidia de las personas de cuyos cuidados dependía.

Churretoncillos de grasa comenzaban su bienvenida al mundo llorando bajo los armarios, e inmediatamente adyacentes a la vitrocerámica, gotas minúsculas de salsa de tomate, en multitudinarias congregaciones, amenazaban con converger en una única masa clamorosa por la liberación del ácido carbónico de los refrescos. Habían elegido, cómo conclaves primigenios, las piezas cerámicas, plásticas y metálicas ideadas para cumplir la función de estación de descanso temporal para las cuberterías y vajillas. También inundaban el alicatado colindante con la profunda y atestada pila.

Dentro de la pila, un desalineamiento de tenedor, plato, vaso, plato, cucharilla, plato, vaso, tazón, cuchillo, plato, coronado por un pequeño cazo, sobresalía amenazando la encimera.

Existían tres bolsas de basura, correspondientemente al intento de obtener una escala moral válida en un mundo mediáticamente preocupado por el equilibrio medioambiental, que escondían, tras sus cartelitos en el cubo trideparmental (de una tienda monocultural y económicamente al alcance de casi cualquier habitante urbanita, del universo dónde Luis preparaba sus espaguetis con atún) latas, cartón y orgánicos: huesos de pollo, cigarrillos y envases de embutido, que se incorporaban respectivamente, a la atrabiliaria mayoría de encasillamientos correctos. Tal era el antojo del baile de los desperdicios.

Era una casa con infinitud de recovecos sociales a los que no adherirse, siendo para algunas mentes, sobre todo jóvenes recién salidas de sus hogares familiares tradicionales, un recúmulo de historias curiosas en las que recrearse entre la salida del hastío y el asombro insalvable que todos sentimos hacia lo desconocido.

Tenía diez habitaciones, antropológicamente tan dispares, que absolutamente todos sus habitantes rezaban cada noche a todos los dioses por el no descubrimiento de la bomba nuclear por sus vecinos. Tres cuartos de baño, de los cuales sólo uno se encontraba en disposiciones higiénicas diarias de acoger al ochenta por ciento de la población; los otros dos, relegados a los dos guetos principales e indiscutibles al veinte por ciento restante, estaban controlados por la mafia del hedor a testosterona que amenazaba en cuanto se hacía un hueco de dos cm entre las puertas y su marco. Un salón indómito, tan indómito que, a pesar de los intentos de la práctica totalidad de las gentes que por allí pasaron, absolutamente nadie consiguió domesticarlo lo suficiente cómo para entablar más de diez minutos de relación con él. La terraza virgen, decían las lenguas, en el lenguaje de las leyendas, que el más atrevido y valiente varón que pueda imaginarse osó una vez poner el pie en ella y el salón, hechándosele encima, le rodeó y , oprimiéndole todo el cuerpo hasta casi la asfixia, le escupió por la ventana, lleno de cardenales y con el corazón bastante dañado, directamente hasta el hospital más cercano. Y por supuesto la cocina antes mencionada.

Luis tomó sus espaguetis con atún, los vertió en el plato que guardaba habitualmente con mucho celo en su armario ropero, y , manteniendo el medio metro de separación de rigor entre su vientre y la encimera, investigó ( durante al menos dos minutos, con el plato de espaguetis en la mano izquierda y la cacerolilla en la derecha) cuál sería la fórmula para poder fregar única y exclusivamente el utensilio que, en aquellos momentos, le había servido para cocinar. No se le ocurrió ninguna, pero recordaba los consejos de su profesor de matemáticas, allá en la infancia: “Cuando tengas un problema y no se te ocurra ninguna solución, déjalo estar, deja que tu mente descanse y al día siguiente prueba volver a intentar resolverlo; El subconsciente seguirá trabajando y será más efectivo.”. Jamás olvidaría aquél sabio consejo.

Procedió pues a dejar el recipiente sobre el cazo incipientemente sobresaliente del ras de la pila y se fue a comer los espaguetis a su habitación.


Mientras, yo, había podido observar, en pleno campo, el mejor documental posible sobre el alma humana en estado natural, al tiempo que tendía la ropa y dudaba si dejar la puerta de la lavadora abierta para que no cogiera olores (perversos e insalubres) o cerrada (para que el menos hábil no se golpease con ella las rodillas).

¿Por qué no?

Me voy a pintar de azul obscuro los párpados, fina línea negra bordeará, con mis pestañas, el aro negro de mis ojos; Un rojo rubí jugará sobre mis lábios y un leve roce sonrosado actuará como mesa del tablero. Hoy voy a sacarte la lengua, a humedecer tus ojos como la lluvia la sedienta tierra. Hoy voy a sacarte de tus casillas, a conseguir que quieras seguir tirando, en este juego de la oca que yo me he inventado. Hoy me siento ilusionada, me siento tán inocente cómo el fuego de tu mirada.
Hoy me siento vehemente, me siento tan fuerte cómo la promesa de tus palabras. Hoy voy a escaparme, ansionsa, de la caverna de tus moradas. Te voy a abandonar con un suspiro, con una caricia, con el reto valiente de quien siempre tuvo suerte.

Bienvenidos al mundo de la literatura...

Bienvenidos al mundo de la literatura libre y sobresaturada del siglo 21, todo es posible desde un teclado, todo desde un servidor, pero sobre todo, todo es posible entre vuestros ojos y una pantalla o impresora bien reguladas. Por eso, para que puedas perderte a lo largo de esta basta extensión virgen aún de posibilidades y retos, escribiré lo que se me vaya ocurriendo y exploraré, siempre junto a vosotros, todo aquello que el destino me permita, con la idea de abrir nuevos caminos de vida y mágia.

Una mirada triste

Tenía unos ojos tristes y holgazanes, sedientos de ceguera y brillantes cómo la última luna menguante de una última noche de primavera. Nadie supo que hacía allí, a qué había venido ni porqué querría irse, pero estaba claro que aquél no era su lugar. Tan solo estaba que daba pena, y esa ternura que inspiraba, esa necesidad insatisfecha, conformaba su esencia.
Yo le ví, un par de veces en el autobús, otra por el parque, quizás alguna en la cafetería del barrio.
Núnca le llegué a conocer.
Permitanme que intente no derramar una lágrima porque se me caén todas detrás.

Tarde

Era tán tarde que la luz del nuevo día formaba arco iris con sus lágrimas.

Chocolate amargo

Se levantó con la dulzura del chocolate amargo después de un buen café.

Cielos

Grumitos de nubes se deslizan sobre el cielo, parece que van escoltando al grumo gordo que va en medio y tres tejaduchos grises, moteados de liquen y óxido, han formado su ocre ribera enchimeneada de plomo.
Una fregona descansa roja, apoyada en su verde baranda, en una terraza estrecha, su estirado mocho ambar.
Los platos de las antenas exponen sus varias marcas y las macetas de los geranios compiten en lila y gualda.
Las persianas acaban de despertar al frescor de la mañana, entreabiertos están a la mitad los párpados de las ventanas.
En los tendederos, un par de camisas granates hacen las veces de las legañas.

ni amor ni muerte

Que no, que no, que ni amor ni muerte resumen la vida.

Desde primera hora los gorriones y golondrinas bailan su alegría, el anciano sale a la terraza y suspira, y desde la primera hora la puerta del autobus y del tren gruñe su rutina.

Que no, que no, que ni el azul del cielo ni el fuego del infierno son las llaves de esta puerta mía. 

Las alimentaciones tuestan sus panes y tiran las cajas en que venían, util o sucio los coches beben su gasolina, y con fiebre o con catarro las tiendas abren su sonrisa.

Que no, que no, que ni barato ni despilfarro.

Los jóvenes juegan a tener ideologías, el perro lazarillo no se jubila y si quieres comer del trabajo haces apología.

Caminos

Nuestros caminos cruzaron paralelos la misma carretera, y fué entonces que tu sombra abrazó a la mia.

Mañana

Y al amanecer ella se despierta, y se despereza, y se tiende bocarriba para mirar los huecos que se esconden entre las paredes y el techo. Recuerda al Lovecraft de su infancia y le hace, de aburridas sonrisas, una guirnalda.

Le parece que se olvidó de soñar en algún trayecto desde aquí hasta su infancia, le hace burlas al tiempo y le gusta jugar descalza.

Núnca se enamoró, sería por llevar la contraria; el caso es que la ciudad la espera desde hace tiempo y no se decide a bajar; remolonea entre el armario, el espejo y la vieja historia de algunas tardanzas.


Una mañana le esperará su príncipe verde con una pelota y un par de sandalias, la llevará a tomar trinaranjus y a hacer yoga, frente a la estatua más digna, del estanque más viejo de los jardines de Aranjuez.

Se reiran los dos como niños cuando recojan de los tilos aquello con que calmar serenos sus años; se hablarán entre susurros de niebla cuando compartan los secretos ocultos de sus vidas cotidianas.

Tal vez se queden alguna tarde en casa de la tia Esmeralda, dejando bajar sus almas al encuentro del polvo de la vieja televisión barata, justo hasta el lugar dónde se les olvidó, a aquellos familiares fortuitos, dejar el espacio conveniente para la bailarina atolondrada. Aquella misma bailarina que muchos tienen en el recuerdo de sus comienzos, aquella bailarina semidiosa que presenciabas sobre la Maira Gomez Quen y por debajo de sus gafas.


El tic tac recorre sus círculos ya nervioso, buscando otra vez su hueco para la vuelta del trabajo.
El patio es un cuadrado asfaltado con treinta coches aparcados, a la izquierda un bajo piso pintado de blanco, aumentatado por ladrillos hasta un tejado enchimeneado; tejado que cubre otro patio, es un tejado uralitado; detras otro patio del que no ves sino sus pisos y sus tejados. 

Si miro por el rabillo del ojo terrazas de corrido y de soslayo.

Enfrente cuaro alturas, toldos verdes y rejas lucidas, que tapan media vista dejando nubes arriba.

Después está el árbol que libera la escena partida, inician del tren las vías, la horizontal analogía.

El árbol empieza su patio con casucha y sin techado, por un chatarrero ocupado y un armario desvencijado.


Al frente está Madrid, achicado y bajo, y el parque de San Bernardo y más Madrid imaginado.


Amplio horizonte de suerte, de luces coloreado.


Si miramos a la derecha amplias lonetas forman tres carpas, y un poco rezagada la estación de tren anda, d
os carreteras rondan su entrada y una pequeña casa de carabina la acompaña.

La tarde va acabando cubierta de mantas blancas, no quiere que veamos la justicia del sol que quiere quemarla.


El color salmón, de sus últimas horas, de repente colea su nombre, y una turba de aguas se derrama sobre las llantas.


Los ladrillos desprenden color de fuego, del árbol huelen las hojas secas y las marchitadas. Los humos bajan sus miradas en licuosa forma serpenteada, se los tragan las alcantarillas oxidadas.


Las carpas, antes blancas, del atardecer se vuelven a las miradas, incluido el clamor del tren queda envuelto, afónico y en llamas.


Y lo que antes fué atardecer ahora ennochece color naranja.

sshh

Algunas veces me tomo una cervecita para pensar, bueno, la verdad es que no alcanzo aún a dilucidar si no será que me pongo a pensar para tomarme una cervecita; el caso es que reocorro Madrid, me encanta vagar por sus calles, buscando un sitio lleno de gente, con música agradable a mis oídos y situacion (alunas veces, incluso, me basta con algo de extremo duro, nunca lo admitiré cara a cara); lo más difícil es pasar desapercibida, siempre me ha gustado la soledad y no dejaré nunca de ser una damita en este tablero de blancas y negras.

Me gusta el olor a madera vieja, nada de tabernuchas desarrapadas, simplemente la solera de un sitio bien cuidado; me siento y me dejo llevar por esas reflexiones que algunos llaman meditar, hago recuento de las amarguras y las pongo en su sitio mientras mi mirada se posa en aquel girasol graciosamente abandonado en la esquina del techo, o en el dibujo digno de mención de lo que parece ser la infantil mano del dueño: Un ojo tosco y gigante con cuatro muñecos que para alguien sin duda debe de significar algo, y que cuelga, plastificado por una carpetita transparente, de esas con agujeritos de carpesano, alguna vez buscaré el nombre.

La espuma va bajando, la espirituosidad va subiendo, los ojos se entornan en ese puntito feliz que jamás dejaré llegar a la borrachera.

Entonces es cuando adoro vivir en Madrid: ¡Existen las tapitas! Algunas veces es un buen queso, un par de lonchitas, otras algo de (Esto tampoco lo admitiré en público) choricito, unas aceitunas negras, arrugaditas y aplastadas siempre vienen bien con la cerveza; y entonces, aproximadamente se dividen al cincuenta por ciento las experiencias: La mitad de las veces se me acerca alguien del color contrario, haciéndose el gracioso, el valiente o casualmente desamparado en su particular visión catastrófica del mundo; La otra mitad, las conversaciones ajenas van desalojando mis propios pensamientos, me hago la distraída, como si siguiese pensando, sigo intentando pasar desapercibida, cada vez con menos esfuerzo.

Los pantalones vaqueros y hasta media pierna del camarero despiertan mi curiosidad ¿Será que vive todavía en casa de sus padres?

El chico de aquella pareja no deja de mirar a todas las mujercitas con ojos terriblemente obscenos, ante el temible disgusto de la que parece ser su desafortunada novia.

El grupo colindante a mi mesa está hablando en italiano. Los chicos de enfrente acaban de conocerse y se empeñan en entenderse en diferentes idiomas, a pesar de que no se atraen físicamente. El camarero vuelve a pasar y, esta vez (siempre disimulando), me fijo en sus zapatillas, tan desgastadas que prefiero clasificarle en friky de los videojueos y descartar la buena vida con sus progenitores.

Hay ambiente, he conseguido lo que de ninguna otra forma consigo, dejar de importarme a mi misma y mis circunstancias, vivir el momento: Tan solo son dos cervezas, diez cigarrillos y un par de tapas

El autobus

Allí estaba ella, cubierta por una camiseta azúl, con unos azules pantalones de campana y con unas azules zapatillas deportivas. Una vez más, buscando valiente, en su miedo perdido, el número del autobús al que debía subirse.

La había visto por última vez hacia dos meses, en el centro de Madrid, dudando entre comprarse un donut o una hamburguesa; hacía mes y medio, entre cruzar el paso con el semáforo en rojo para los peatones, o parar, según viniese el tráfico; y hacía dos semanas, sentada, entre el tumulto, en un banco de piedra, pensando en el libro que leía y mirando a la gente que pasaba.

Aquellas veces la había visto de día, ahora el llevaba el autobús nocturno: Atocha. El lugardónde más se detenía a observar las caras; y ella, que le estaba mirando después de mirar su número.... No es el suyo; por un momento, al autobusero, le pareciese que su decepción de la cara de ella es por no poder entrar al abrigo del vehículo; se sonroja y aparece otra; Una otra, corriendo y ruidosa, que aprovecha la puerta que estaba abriendo para ella... Le molesta, tiene que seguir el rumbo.

Ella le ha visto, ya sabe lo que siente. Todo lo que queda es seguir el rumbo, esperar que un día cámbie su dirección, o que cámbien su línea. Esperar que entonces siga recordando su cara. Es tán impredeciblemente hermosa... no sigue pautas ni rutinas, quizás por eso siempre sabrá que es ella.

bosquejos de Madrid

Madrid es una ciudad trabajadora; los treinta años de Madrid se desayunan ligeros, se suben en los autobuses y en el metro.

Aunque pueden disponer de coche, en raras ocasiones pueden guarecerlo.

A esa edad, con frecuencia, Madrid llega hasta Toledo; entonces, aparca en Principe Pio o incluso en el aeropuerto.

Cuando entra en el transporte público, se apretuja, baja la mirada y permanece en silencio.

El traje de Madrid no tiene precio, porque los atuendos más dispares comparten perchas baratas venidas de lejos; como el camaleón, índica, en su calidad,la humildad con que baja su cabeza para huir de la guillotina francesa, además la presteza del calzado se queda corta, núnca corre lo suficiente: El humo negro del centro, lo atrapa entre giro y giro.

Esta extraña ciudad quiso hablar francés, pero la filmografía de los sueños le ahogo el idioma en el argumento de un videojuego.

Casi todos sus recuerdos están cubiertos por las siestas olvidadas y, cuando alguno se levanta, derrama su cansancio sobre las bebidas del fin de semana.

El centro de Madrid carece de niños y abuelos, alguien cuenta que los vió sentados, todos juntos y muy quedos, cómo escondiéndose del sonido de algún lejano cuerno. Otros dicen que aquellos oyeron, al atreverse en las periferias, los cantos de algún recreo, y, prendados de su belleza, no volvieron a pisar estas aceras.