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Mi primer relato

Según algunos, en las antiguas tradiciones de Australia, el hombre está hecho para cantar, esa es su funcion, y por eso tienen las letras...

Cata 2079



Camilo era el somellier más famoso de la ciudad. Sus recomendaciones jamás fallaban, retenía en su memoria el sabor y olor de más de 2000 vinos, era capáz de identificarlos, sin ninguna duda, con sus añadas características. En estos años, en los que la ciencia había diseñado tantos sabores artificiales que un simple mosto, con los aditivos convenientes, tomaba sabores de refinamiento supremo, tales como la crianza en barrica de roble francés, cuando en realidad jamás había salido de la fermentación en hormigón antes de su embotellamiento; o cuando la manipulación genética conseguía con una sola variedad de uva imitar vinos con tres o cuatro variedades distintas en su composición, la maestría era uno de esos dones que las gentes adineradas, temerosas de las grandes falsificaciones, de sus consecuencias en la salud, tomaban muy en serio. No sin razón la extensión de la producción y consumo del vino era tal, en aquellos años, que rara era la casa europea que no consumiese un litro diario.

La fama de Camilo, en los hoteles, en los restaurantes le abrían las puertas a nuevos caldos constantemente, su sueldo era infamemente alto, por unas horas, por unos días. Su nombre respetado no tenía parangón, o casi. Había trabajado recomendando vinos, identificando falsificaciones en la frontera, había pisado las casas de las mayores fortunas de Europa cómo catador particular para eventos internacionales.

Solamente un joven, Gustavo Roca, de apenas 20 años, podía hacerle sombra, eran muchas las voces que le empezaban a ver como la gran promesa del siglo en su ramo, que le empezaban a mimar como prodigio e incluso que le proclamaban como algo más que una sombra, como la evolución ruptural, sin parangón, que dejaría solemnemente atrás a los viejos maestros. Camilo conocía su secreto, un secreto que a él le estaba vedado a su edad, ya que, de compartirlo, tendría que empezar desde cero el aprendizaje y el reconocimiento de todas aquellas uvas. Gustavo Roca, en su niñez, bajo la supervisora previsión de sus padres, había sido sometido a una intervención especial, una especie de rinoplastia maldita, una ampliación y extensión de las fosas nasales, una reestructuración de las vías nasofaríngeas, realizada por primera vez en un humano, basándose en cientos de miles de tomografías computerizadas, que garantizaban la perfección en las diferentes corrientes al espirar e inspirar, ninguna sustancia volátil escapaba a la percepción de los receptores olfatorios de aquella mucosa nasal reconstruida, mimada y exacerbadamente odiosa.

Solamente había una forma de frenar el ascenso de la promesa, al menos en aquella década.

Una vez cada diez años, a las mejores narices, se les daba a catar la supremacía del vino, un caldo millonario, del que apenas se distribuían cien botellas al año, completamente artesano, tradicional, ecológico, de uvas de pie franco, centenario y cuyo genóma era puramente natural. Un vino además delicioso cuyo precio estaba fuera del alcance de todos. Trás aquella prueba del caldo en concreto, se procedía al descanso, y tres días después se volvía a concertar entrevista con los afortunados concursantes, entre más de doscientas substancias, muy similares, debían encontrar la copa que contenía la susodicha esencia. Este era el año en que Gustavo Roca participaría por primera vez.

En el aeropuerto de la ciudad del concurso Gustavo Roca acababa de aterrizar, un infame grupo contratado por Camilo aguardaba su llegada. Empujones, maletas, brazos, cabezas... No era difícil en aquella masificación humana, tal vez en otros tiempos, cuando los aeropuertos estaban incluso infrautilizados, pero ya nadie se acordaba de aquellos años, tan solo algún anciano los mencionaba. No, en este año no era difícil. Un accidente, un empujón, una chispa de pistola eléctrica en el momento oportuno, tan a la vista y tan oculta de las cámaras de seguridad, tan inofensiva y tan efectivamente destructora del principio de una gran carrera.

Una hora después Gustavo Roca, con la mente aturdida aún por el chispazo de energía, acudía a la primera fase del concurso, a la cata inicial, una cata que jamás podría ser recordada por el joven, ya que se hallaba aún bajo los perniciosos efectos de la electricidad.

Camilo aseguraba su puesto por una década más

1 comentario:

  1. Que malo el Camilo este. Mi sobrino se llama igual, pero es muy noble. Me ha gustado tu relato, me ha entretenido. Que curiosa es la vida, hay todo tipo de oficios y de invidias.

    Encantado.

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