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Mi primer relato

Según algunos, en las antiguas tradiciones de Australia, el hombre está hecho para cantar, esa es su funcion, y por eso tienen las letras...

El ciclo

Quiero comenzar hoy con ustedes, si me lo permiten, un nuevo ciclo; un ciclo, donde; en esas horas fronterizas que separan la cotidianeidad de esos otros mundos arcanos, siempre en contra del imperio del deber, de lo marcado, de lo absoluto;  podamos reconciliarnos con el alma de esa parte irrenunciable nuestra, de ese rio incauzable, al menos por el momento, y esperemos que por mucho tiempo, donde la imaginación juega un papel tan destacado; tanto, que casi podríamos afirmar que se convierte en la protagonista, potencial arma reveladora, de nuestra lucha por extender el conocimiento del misterio.
Y digo que deseo que no podamos descartar por mucho tiempo esa rebeldía, ese afán de pedirle más al universo, esa curiosidad, si quieren ustedes llamarle, porque creo que gracias a ella, desde su llamado, la humanidad ha logrado grandes avances; pero también porque es en ella dónde nos hacemos grandes, dónde el ser humano se extiende, dónde nos atrevemos a dar los pasos, los saltos. ¿Cuántos pasos o cuantos saltos no se habrán dado, o cuantos se estarán dando ahora mismo? pero más aún ¿Cuantos más estarán en ese por venir que nos aguarda? ¿En qué radica su importancia?
El misterio, ese halo que envuelve lo desconocido, ese halo que a veces marca prohibición en muchos, cautela en la mayoría, el enigma, que alberga bajo su propia niebla, ese algo que apenas podemos atisbar, a veces se rinde, a la profundidad de las conjeturas de aquellos que luchan por dispersar esa substancia espesa que rodea lo escondido, para alumbrar, aunque sea débilmente, lo oculto.
Desde un naufragio a la persona de Jhon Derek no son años, décadas ni siglos sino un par de milenios los que tuvieron que sucederse para que la idea del mecanismo de una asombrosa máquina volviese a verse en unos ojos humanos. Se trata de la máquina de Anticitera.
De los conceptos que a ella subyacen uno, el de predecir el futuro, astronómico en nuestros días y astrológico seguramente en los días de su menesterosa  fabricación, dota al individuo de un poder, tanto más fuerte contra menor sea la erudición de quienes le rodean, que seguramente haya procurado la subsistencia e incluso la supremacía, en muchas ocasiones, de individuos y familias a lo largo de la estirpe humana.
La máquina en sí, un artefacto basado en engranajes, encontrado en el mar Egeo, tuvo que ser concebida por una gran mente. Una máquina lo suficientemente compleja, según algunos expertos, que hay que esperar hasta el pasado siglo veinte, con la evolución del arte relojero,  para encontrar objetos tan sofisticados y compactos con los que poder hacer equiparación factible.
No es sin embargo marcando las lunas, los soles, los periodos e incluso los colores de los eclipses, ¡Si, esto es posible!, que seguramente sea la trascendencia con mayúsculas de su ser, con lo que llama mi atención; es con la historia de su redescubrimiento con lo que la magia me llama a rellenar estas líneas.
Hizo falta la implementación de una máquina especial de rayos x y su traslado al lugar dónde descansan las frágiles piezas para poder asegurar el número de sus dientes, metálicos, precisos, hasta la elíptica de la luna. Hizo falta la aplicación de una máquina fotográfica capaz de aunar las sombras de lo indescifrable a simple vista para poder leer las señas de su utilidad. Hizo falta la carrera de un ingeniero para poder reproducir mecanismos tan insondables.
Y sin embargo… La figura de Jhon Derek, la personalidad que imagino redescubriendo la cuenta de todos los tiempos con su enorme intuición, es la que más marca me deja. La figura que imagino leyendo ¿Quién sabe qué libros, que palabras había en su espíritu? En el momento justo, en los instantes que preceden a la inspiración, que preceden a la elucubración de la solución del problema que nos atañe. Porque… ¿Qué sería de nosotros si no aprendiésemos a leer del pasado?
Acaso pensamos que lo presente, lo inmediato, tiene valor absoluto, lo cercano, lo practico… Pero ¿Qué tenía ese hombre en la cabeza que lo conectó, incluso antes de las certezas, ineludibles, a la creación de aquél otro tan remoto en el tiempo?

Tiempo, ese bien preciado, sencillo y complejo de utilizar para la comunicación del misterio.

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