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Mi primer relato

Según algunos, en las antiguas tradiciones de Australia, el hombre está hecho para cantar, esa es su funcion, y por eso tienen las letras...

La casa de las brujas.

Según el sol se iba ocultando, el frescor del aire de la sierra iba tomando su lugar. La belleza de la montaña se ruborizaba ante la casa de "Las brujas"; a medio camino entre el pantano del valle y la cima rocosa, desde allí, podía observarse, en su amplitud pasmosa, el anfiteatro formado por las altas cimas circundantes; las más cercanas llenas de pinos diversos, de zarzamoras, de rocas que descansaban en figuras imposibles, de lagartijas y cucos, de abubillas y ciempiés; las lejanas, al otro lado de la aparente pero traidora calma del agua, mostraban los cultivos del hombre, que, tratando de aplanar cualquier rebeldía del terreno, parecían un verde papel erizado al que la naturaleza hubiese ido apuntalando, a lo largo de los siglos, como si quisiese construir su propio circo.
Siempre había sido así, tarde tras tarde, mes tras mes, el sol calentaba por el día y el fuego se deshacía por las laderas al abandonar la tierra prometida del hielo.
Mercedes y Jaime, los dos hermanos presentes, recortaban al rojo circundante sus respectivas alargadas sombras.
-Es curioso, se ha ido y no siento nada. Siempre pensé que alguna vez conseguiría sentirla. Siempre fue buena, muy buena, quizás demasiado buena. Consiguió sacarnos adelante a los ocho, siete hermanas y yo, el pequeño. No nos faltó de comer, ni de vestir, quizás algún día pasamos frío, pero se las apañó incluso para mandarme a la universidad.
 -Si, siempre fue buena-Respondía la hermana
.Cuando me metía en peleas con los niños del pueblo no me regañaba ni se enfadaba conmigo, se limitaba a castigarme cara a la pared y a repetirme: "Piensa.". Y yo pensaba, pensaba en que siempre llamaban a mi casa la casa de las brujas, y en la manera de hacérselo pagar. -Decía Jaime.
-Ya sabes cómo era, no se enfadaba nunca
-Cuando le rompí a Saúl la cabeza tirándole por las escaleras de la Iglesia me miró con decepción hasta que el pobre salió del hospital, y aún me tuvo un mes en casa, supongo que para evitar los comentarios del vecindario.
-Ya teníamos bastante con padre.
-Se fue, padre se había ido, ni aún guardo recuerdos suyos. Debió de ser muy duro. Pero yo nunca pude sentirla a ella. Teníamos regalos en navidad y en nuestros cumpleaños y en los santos, yo los disfrutaba siempre, pero cómo si cayesen del cielo, no como si viniesen de ella.
-Era sufrida, quería lo mejor para nosotros.
-Cuando dejé embarazada a Felisa, se hizo cargo de la muchacha y del niño mientras yo hacía la carrera; cogí psicología, lo recuerdo, para poder irme del pueblo. No pensaba regresar.
-Y Felisa se fue a la ciudad a buscarte siete años después y consiguió  rehacer su vida con el abogado.
-Luego mamá se puso enferma y os ocupasteis vosotras.
-Alguien tenía que estar.
-Por eso la llamaban la casa de las brujas, por nuestra familia. Desapareció el bisabuelo, desapareció el abuelo, desapareció Padre. Desaparecí yo. Una casa de mujeres, de mujeres trabajadoras, de mujeres fieles, de mujeres solas. Nunca la sentí.
-¿Lo has decidido ya?
-Si. Los campos se los reparten Cristina y Luisa. María y Susana se quedan con el dinero de la familia. Tú, Ariadna y Soledad no quereis formar parte del reparto. Mis abogados dicen que es un reparto justo. Que yo me quede con la casa.
-Sabes que todas hemos querido vivir aquí, aunque Ariadna y Sole tienen casa en la ciudad.
-Nunca sentí a Madre, quizás así lo consiga. Pero vamos, se hace tarde. Quiero empezar este mismo atardecer. Derruiremos juntos el ala vieja, cómo te dije, tengo la retroexcavadora preparada, luego mezclaré las cenizas de Madre en los escombros, con la última luz, y mañana comenzaré a construir la parte nueva.
-Sabes que Madre quería descansar en el lago, Cristina y Susana...
-Olvídalas, siempre han estado trabajando, ahora me ocupo yo. Yo decidiré que se hace con sus cenizas.
Y Jaime se dirigió a la potente máquina, encendió, arroyo, retrocedió y volvió a arroyar, una y otra vez. Cuando se hubo asegurado del trabajo hecho tomó las cenizas de su madre, bajó del aparato y se dispuso a abrirlo para extender los restos. No lo hizo empero, algo le sobresaltó. Siete sombras rodeaban la suya, y de cada ladrillo roto un trocito de material blanco sobresalía. Se dio la vuelta.
-¿Estáis todas? ¿Qué haceis aquí?
-Esta es la casa de las brujas, es nuestra casa, y lo que tienes en las manos es la urna de nuestra madre. -Dijo María.
-Está bien podéis quedaros. ¿Qué demonios es lo que tienen los ladrillos? ¿Esta cosa blanca?
Preguntó dándole un puntapié al más cercano.
-Agáchate y míralo. - Se limitó a indicar Luisa
-¡Son huesos! -Exclamó Jaime- ¡Dios santo! ¡Los bisabuelos construyeron con huesos! ¡Cada ladrillo tiene el suyo!
-No.- Contestó Mercedes- El abuelo desapareció. La bisabuela construyó con huesos, y la abuela construyó con huesos, y madre construyó con huesos. Todo tiene una explicación. Esta es la casa de las brujas, una casa de mujeres, de mujeres trabajadoras, de mujeres fieles, de mujeres solas. Tú tendrás tu parte. Eres el varón. Y tenías razón, va siendo hora de renovar ciertas partes del edificio.

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