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Mi primer relato

Según algunos, en las antiguas tradiciones de Australia, el hombre está hecho para cantar, esa es su funcion, y por eso tienen las letras...

Valag

Jorge era especial, tenía mala suerte, siempre tenía mala suerte. Pero no se lo tomaba a mal, simplemente iba pasando por todas las desgracias inimaginables con una tímida sonrisa tensando su boca.
Cuando a los cinco años su madre se fué de la casa de la familia para irse a vivir con un malabarista, Jorge, no lloró, cierto es que preguntaba a su padre acerca de cuales habían sido las causas por las que ahora los espaguetis con tomate no tocaban solamente los lunes, también los miercoles y los sábados. Era su forma de indagar, con cautéla, sin herir los sentimientos del adulto, sobre porqué se había ido su mamá. Pero parecía llevarlo bien, no protestó a la hora de volver al colegio.
Las cosas se pusierón algo más serias cuando llegó a la secundaria, comenzó a suspender asignaturas y a los demás niños no les agradaba su tímida sonrisa. Además los profesores apenas se dieron cuenta del bulling del que empezaba a ser víctima.
Después la adolescencia no le trató con mucho tacto, a pesar del que tenía él con las chicas, siempre le daban calabazas, o más bien se las tiraban a la cabeza gritándole las barbaridades menos aptas para un oido sensible. Sin embargo la tímida sonrisa no desaparecía.
Cuando murió su Tia Florinda, con la que se llevaba especialmente bien, fué incapaz de verter una lágrima por ella. A aquellas alturas su cabeza era una auténtica tortura. Que si porqué no puedo llorar, que si veo los problemas pero no los siento, nadie se da cuenta de todo mi esfuerzo, se creen que puedo con todo, se creen que soy de piedra, me toman por el pito del sereno, nadie se preocupa por mi, etc.
Pero no lloraba, no, ni parecía ponerse triste. Lo único que se acertaba a comprender de su carácter era una especie de preocupación sempiterna entre sus cejas, justo por encima de su tímida sonrisa.
Le costó mucho esfuerzo terminar los estudios, sobre todo contra el profesorado que le hacía la vida imposible.
Si montaba en bicicleta se le rompian y caían los pedales, si iba de viaje el tren sufría retrasos, si de escalada comenzaban las tormentas. Su primera motocicleta, a la semana, tenía el depósito lleno de arroz. El primer coche siempre aparcado justo bajo los nidos de las golondrinas, palomas e incluso gaviotas. Un desastre vaya.
Al hacerse mayor consiguió un trabajo de fotógrafo, comenzó en una revistilla de barrio, poca cosa pero él era muy bueno, lo suficiente como para que alguien le ayudase a realizar el sueño de su vida, irse a Africa en una aventura expeditiva.
La sorpresa se la llevó al encontrarse con los chamanes de la tribu hujukiyi, unos tipos con circulitos y estrellas azules y amarillas dibujadas en la cara, que al verle en mitad de la selva le rodearon y raptaron sin muchas reticencias por parte de su equipo, por otra parte era normal, ya que allí donde ponían el campamento las serpientes entraban en las tiendas, las conservas se ponían malas y los mosquitos dilapidaban las fuerzas vitales de cada uno de los componentes.
Los hujukiyi le llevaron a una cueva, entonaron cánticos a su alrededor, escupieron fuego cerca de su rostro y le administrarón un brebaje mágico con el que vió un monstruo atroz, con tres caras, sobre su cabeza, que aspiraban algo que emanaba de su propio cuerpo. Le conminarón a recitar una especie de mantras y a bailar con ellos, casi a punta de lanza. Cuando la debilidad se fué adueñando de su ser, tras unas cuantas horas de ritual, juraría haber visto, entre la obscuridad y con una somnolencia viscosa, cómo el monstruo cogía las de villadiego.
El equipo explorador, arrepentido de haber dejado que el rapto tuviese lugar, decidió que aún a un gafe se le deben ciertos respetos, así que selva arriba selva abajo consiguieron un interprete para la zona y le buscarón avidamente.
Cuando tomaron nuevo contacto con los chamanes de la tribu hujukiyi, de inmediato, se apenaron por el pobre Jorge, estaba tán compungido que era imposible no sentir empatía por el.
Todos se acercaron, el interprete tambien, y los chamanes, lejos de parecer enemigos, comenzarón a dar explicaciones:
-Este tipo tenía un monstruo valag sobre su alma. Si no se lo hubiesemos sacado de encima hubiera seguido alimentandose de su tristeza toda la vida, metiendole en lios para conseguirla. Los monstruos valag son peligrosos, provocan incluso terremotos o inundaciones alrededor de sus presas a las que utilizan como si fuesen vacas y sus emociones la leche que emana de ellas. Nunca se debe permitir la presencia de un monstruo valag sobre nadie, por eso le raptamos, pués si se permite seguirá creciendo y creciendo.
Jorge por su parte lloraba y lloraba, todas las preocupaciones de siempre, al fin, tenían respuesta, pero no sólo la de sus ojos sino también la de aquellos que estaban cercanos.

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