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Mi primer relato

Según algunos, en las antiguas tradiciones de Australia, el hombre está hecho para cantar, esa es su funcion, y por eso tienen las letras...

Redes: El juicio.

Bajo el techo aquel palacio jurídico medio, los veinticuatro grados Celsius se hacían insoportablemente agobiantes para los trescientos cincuenta y un jurados; escogidos aleatoriamente entre los habitantes de redes verdes y superiores, no así para el acusado.
 
Era lógico que al jurado se le viniesen encima aquellos calores, provenientes cómo eran de dichas redes, dónde la climatización era meticulosamente mantenida entre veintiún y veintidós grados. El juez y los guardias del palacio eran cosa aparte, aún pertenecientes a red índigo y a red verde superior tenían excepción penitenciaria, por lo que su acceso continuado a zonas poco agradables les hacía soportar con indiferencia grandes periodos de tiempo bajo este clima. En realidad los veinticuatro grados Celsius eran una circunstancia pertinente para apresurar al jurado, para amedrentar a los testigos, para castigar al acusado y para descolocar a todo el que no estuviese acostumbrado. Lo excepcional era que el acusado no se encontraba en un palacio jurídico bajo, era de origen de red roja baja y solamente había logrado subir en su evolución a red roja media, esto era lo que casi le otorgaba cierta divinidad ante todos los presentes, pues acostumbrado a variaciones entre los dieciocho y los veintiocho grados aparecía incluso más lozano que las fuerzas del orden allí presentes, que cómo mucho tenían la ingrata experiencia de haber laborado en cárceles medias.
 
Jorge había traspasado los límites de su red, y allí estaba presente, no por excepción favoritista, ni de control, Jorge había traspasado los límites de su red por excepción crítica de riesgo publicitario y absorción de responsabilidades. Es decir, que a nadie de su grupo de redes, rojas, naranjas e incluso amarillas, debía llegarles la más mínima noticia de Jorge, de su acusación, del delito imputado ni aún de su futuro. No solamente eso, se requería la presencia de un juez índigo superior para dirigir un proceso con la acusación que se le hacía a Jorge.
 
- Señoría, voy a ahorrarles tiempo, soy culpable. He intentado hackear el sistema de autodirección de un coche de red iris. Sé muy bien la pena, red iris son principalmente los miembros del gobierno. Sé que no tengo defensa, sé mi pena. Tenía que intentarlo, mi gente no llega a la documentación para subir de nivel, ni siquiera dispone de tiempo para ello. Solamente quería llegar un poco más alto para exponer mi queja, que alguien me escuchase de una vez por todas. Los turnos de trabajo son extenuantes y para que alguien te dé un pedacito de papel con unas cuantas fórmulas matemáticas tienes que suplicar meses a algún pirado malnacido y ególatra de red naranja. Tengo treinta años, nací en red roja baja, no creo en el sistema de subida gradual génica porque si quería subir hasta dónde estoy no podía disponer de tiempo para una progenie. Simplemente quería hacer esta denuncia.
 
-Bueno jurado- Se insertó la voz del juez- Aquí le tienen, se declara culpable, así que todo el mundo puede irse a su casa. Se condena al acusado a activación de por vida de modo compañero. Sería bueno que prestasen un poco de atención a los individuos amarillos para que elijan mejor sus puntos de ascenso sobre los naranjas en relación con la dispensación de información educativa proactiva. Se cierra la sesión.
 
La sala entera, con excepción de Jorge y tres guardias, se dispersó en menos de cinco minutos. Jorge lloraba mientras se acercaban a él con la pistola activadora.
 
-Tranquilo, dispondrás de una hora y media mínima de recreo libre, además en cláusula se te ha adjudicado la disposición de persona culta, por lo que es muy posible que la persona a la que sirvas te deje en modo palabra abierta de vez en cuando, sobre todo si tratas de llevarte bien con todos y no metes mucho la pata. Nunca vi que se la adjudicaran a un rojo. Suerte.
 
-Clackclackclack- Sonó la pistola activadora sobre la nuca de Jorge, y Jorge comenzó la experiencia de ser un compañero desde la consciencia aterradora de observar cómo su cuerpo se ponía en marcha hacia la dirección desconocida para él de su nuevo dueño.

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