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Historias de Daira: Luis y el autobus

Luis se había reincorporado al servicio de su gentpculo. Tras las vacaciones le habían asignado, como conductor, una línea de autobuses en el vigésimo primer nivel, justo diez por debajo del suyo. Era algo incómodo, ya que cada diez niveles se cambiaba el turno de luz diurna artificial aplicado y, aunque solamente eran tres las horas de diferencia, la inteligencia sanitaria le obligaba a llevar aquellas gafas tan pintorescas. El principio era sencillo: La luz azul regulaba los ciclos circardianos, el resto de la luz le permitía ver, las gafas eran un filtro regulador para que su cuerpo, su hipotálamo, siguiese la hora del grupo horario dónde se hallaba su vivienda familiar.

No era algo habitual que a uno, por finalidades constructivas obligatorias, lo cambiasen de grupo horario. Según le explicaron se debía a un requerimiento de personal agrícola extraordinario en el nivel. Es decir que debían de estar tratando de exterminar alguna plaga nueva y necesitarían personal en los laboratorios propios de ingeniería genética. Era muy habitual ,demasiado, que tras dicha ingeniería, (por ser tan específica y requerir tantos años de estudio) y debido a la gran cantidad de gente que la cursaba, se acabase trabajando prácticamente con exclusividad en labores como conducción u hostelería. Una más de las vergüenzas habituales de la organización del gentpculo que tenía tanta holgura en materia de elección de dicha carrera.

Por una vez tendrían excusa, al menos en el vigésimo primer nivel, para no reclutar más programadores que renovasen los parámetros anticuados. Pero seguía siendo incongruente tal pasividad. Total, en un mes o dos lo habrían tenido bajo control, aún sin recurrir a todos los efectivos del nivel, usando un par de cientos de trabajadores de los niveles aledaños. Hoy en día era algo sencillo conseguir cualquier parámetro bioleco ya fuese en zoología, botánica o inserción ecosistémica.

Pero no, uno vuelve de las vacaciones y... se encuentra todo patas arriba.

No tenía suficiente con ir a comprar memorias encriptadas y certificadas para todo el curso: no vale cualquier cosa... tienen que ser certificadas por la subdelegación docente, para que no emitan ni reciban ninguna onda que pueda variar los deberes de los críos, y tienen que estar encriptadas para asegurar que solamente con los chips identificativos de sus bracitos se puedan abrir los archivos. No tenía suficiente con ayudar a reponer la despensa de su globalbarrio, con revisar las instalaciones de calefacción, aire acondicionado, fontanería, de su casa y de las veinte circundantes (En que maldita hora se le ocurrió hacer aquél curso intensivo de cccc, que si hubiese leído la letra del contrato del mismo y sus responsabilidades sociales al finalizar los saberes propios...), encima le cambian de labor y de nivel. ¡Con lo a gusto que se encontraba él de farmacéutico!

Sólo esperaba que su puesto habitual se mantuviese prioritario después del trance de estas gentes. Por algo llevaba tres años esforzándose tanto en mantenerlo.

En fin, lo más difícil de todo era ver, sin reírse, las pintas que tenían los señores bajo el prisma del filtro de las gafitas: Los trajes cambiaban de color según el horario del turno de luz diurna del nivel dónde conducía, pero las gafitas conseguían que, a eso de la tarde avanzada, él viese los atuendos de aspecto nocturno con una bonita luz azul diurna.

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