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Mi primer relato

Según algunos, en las antiguas tradiciones de Australia, el hombre está hecho para cantar, esa es su funcion, y por eso tienen las letras...

La lluvia pasada

LLovía a baldes, nosotros eramos, nos sentiamos lo seres más afortunados del universo, yo la envolvía con mi gabardina mientras ella con la mayor de las inocencias y completamente confiada posaba la mano sobre mi pecho latiente.
Mi casa estaba aún muy lejos y el deseo de hacerla mía era algo que me desbordaba; a duras penas, mientras caminabamos por aquella acera sucia y mojada y con los adoquines destartalados, ella conseguía infundirme la serenidad y la confianza necesarios para el momento que habría de llegar; pronto, lo más pronto posible, gritaban mis nervios, y ella, cogiendome con sus dulces manos a ambos lados del cuello, chocaba su cabeza contra la mía fundiendome con su mirada. Una eternidad esperaría por ella, por aquella promesa de sus ojos que me esclavizaba y dominaba por completo.
En aquella situación la excitación era tál que apenas era consciente del frio y de la tela empapada de aquel aguacero.
La intensidad de la luz blanca, que las nubes dispensaban y dispersaban a su antojo, ayudaba a hacer crecer el ambiente místico de aquella tarde, casí fantasmagoríco, en la agonía del deseo contenido, que con tanta precisión se grabaría fotograma a fotograma en mi memoria.
No sé Manolo, ahora ella está siempre distante, hace mucho de aquella primera vez, de aquel apoyo que me prestaba. La Diosa que ví en ella, la que satisfaccía cada uno de mis sueños, esa mujer... Siento que ya no le pertenezco, que me ha tirado cómo un clinex, que accedió a casarse conmigo pero núnca estuve a la altura de sus expectativas.
A veces me planteo dejarla, dejarla volar libre en ese magnifico vuelo que , sueño, sólo ella podría dibujar en el cielo. La veo irse con la serenidad de su perfección, convirtiendo mis sentimientos en una mezcolanza de orgullo y humildad, por haber sido tocado por ella; pero entonces, recuerdo ese primer día, esos enormes ojos que me decían: "Toda tuya", recuerdo la promesa de seguir con ella ante la adversidad, y no puedo, simplemente no puedo abandonarla.
Ella ha sellado mi destino, siempre juntos, cómo un simple clinex abandonado a la suerte de su presencia indiferente, abandonado a la suerte del mendigo de sus caricias, de sus besos, cómo un pordiosero en busca de las migajas que quedan de todo lo que un día me dió.
Ojalá volviese a llover a baldes esta tarde. Ahora tán sólo dejame hundirme en la presencia de los recuerdos, presentame la copa que me haga olvidar la desdicha de la realidad y dejame fundirme con la blanca luz que dispensan y dispersan las eternas nubes de aquélla fantasmagórica, triste, dulce, eterna tarde del olvido de su abrazo.

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