No avisó a nadie, se fue un domingo aún de madrugada, a las tres de la noche. Dejó la habitación revuelta, con la ropa más gastada tirada por los suelos. Atravesó el comedor desierto, con aquella mesa redonda y sus seis sillas sencillas, con una televisión impoluta de polvo, con apenas tres baldas de libros que nadie había leído. Se escuchaban las respiraciones del sueño de la familia: Los padres y los dos hermanos mayores.
Abrió la puerta silenciosamente, con cuidado de no despertar a nadie. La escalada en los pirineos sería magnífica, había que darse prisa para coger carretera.
No hay comentarios:
Publicar un comentario