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Mi primer relato

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bosquejos de Madrid

Madrid es una ciudad trabajadora; los treinta años de Madrid se desayunan ligeros, se suben en los autobuses y en el metro.

Aunque pueden disponer de coche, en raras ocasiones pueden guarecerlo.

A esa edad, con frecuencia, Madrid llega hasta Toledo; entonces, aparca en Principe Pio o incluso en el aeropuerto.

Cuando entra en el transporte público, se apretuja, baja la mirada y permanece en silencio.

El traje de Madrid no tiene precio, porque los atuendos más dispares comparten perchas baratas venidas de lejos; como el camaleón, índica, en su calidad,la humildad con que baja su cabeza para huir de la guillotina francesa, además la presteza del calzado se queda corta, núnca corre lo suficiente: El humo negro del centro, lo atrapa entre giro y giro.

Esta extraña ciudad quiso hablar francés, pero la filmografía de los sueños le ahogo el idioma en el argumento de un videojuego.

Casi todos sus recuerdos están cubiertos por las siestas olvidadas y, cuando alguno se levanta, derrama su cansancio sobre las bebidas del fin de semana.

El centro de Madrid carece de niños y abuelos, alguien cuenta que los vió sentados, todos juntos y muy quedos, cómo escondiéndose del sonido de algún lejano cuerno. Otros dicen que aquellos oyeron, al atreverse en las periferias, los cantos de algún recreo, y, prendados de su belleza, no volvieron a pisar estas aceras.


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